Ensayo sobre poesía libre y narrativa.
Creo que la corrección de un relato o cuento no debe ir enfocada en encajar en las reglas de la literatura, sino en descubrir que a veces lo que parecía “fuera de forma” estaba pidiendo su propia forma. Así nacen textos que no son ni del todo cuentos ni del todo poemas, sino algo en el medio; que pueden considerarse como híbridos, libres y profundamente auténticos.
Leer abre no solo la mente, sino también el pensamiento crítico. Imágen de referencia
Y ahí me detuve. Me pregunté por qué eso debería estar “mal”. ¿Por qué un relato no puede adquirir tintes poéticos? ¿Por qué se insiste en que los géneros deben mantenerse separados y que si no se respeta la estructura, el texto “no sirve”? Esta experiencia personal me llevó a reflexionar sobre uno de los mayores enemigos de la escritura auténtica: los cajones y los moldes. Es decir, las reglas impuestas que dictan cómo debe escribirse un cuento, una novela o un poema.
Ese pensamiento rígido que reduce la literatura a “listas de reglas” es una trampa para la creatividad y la originalidad. Muchos jueces y críticos caen en el cliché de medir un texto solo por cómo se ajusta a fórmulas preestablecidas y se olvidan de que la literatura, en esencia, es una experiencia viva, única y diversa.
Un relato que conmueve, que genera imágenes, que hace pensar o sentir, incluso si rompe convenciones, no puede ser simplemente “malo”. La belleza está en que cada lector y cada escritor tiene su propia percepción.
Lo que voy a contarte a continuación me sirvió para llegar a reforzar mi propia teoría: No existen textos malos o buenos, solo existen personas con mentes encajonadas.
El contexto:
Hace unos días corrigiendo un antiguo relato de terror psicológico con elementos sobrenaturales, que escribí hace bastante años atrás, me encontré modificando casi en su totalidad su estructura.
En mi corrección, si bien tenía una voz narrativa bien definida y una buena construcción atmosférica, me parecía que tenía demasiados altibajos en el ritmo narrativo, un estilo no tan claro y una originalidad temática algo pobre.
Al final mi propia corrección la seguía sintiendo con una estructura débil. Así que, fluyendo un poco y sin prestar atención a ninguna regla, decidí darle un toque más poético e intrigante que fuera más con el género del mismo. De esta segunda corrección nació un poema libre que narra una historia.
Para que puedas comprender de qué hablo te dejo ambos textos a continuación.
Relato de terror: Día de campo
Escrito el 6/12/19 – Revisión Mayo 2025
Primera corrección:
Este domingo no tiene nada de especial. Quizás sea uno de esos días en los que preferirías quedarte en la cama. A papá se le ocurrió que iríamos al campo. No dejaba de repetir que nos haría bien a mi hermano y a mí tomar sol y descansar bajo los árboles. Fastidiosos sermones. Dicen que para los adolescentes el contacto con la naturaleza ayuda a relajarse y a mejorar sus notas en clase. No sé si será cierto, lo único que sé es que salir con la familia me da náuseas y que el sol irrita mi piel hasta volverse insoportable. Supongo que ser una chica de ciudad influye en mis preferencias. Aunque sé muy bien que los motivos son más profundos que mis simples preferencias.
Sin poder contradecir los designios de nuestro padre, salimos de la ciudad rumbo a algún rincón de la montaña. Demoramos casi dos horas en llegar. Me sentía como una hipoglucémica en medio de un desierto. Refunfuñe sin darme cuenta de que tenía a la tía detrás de mí, con una expresión de desagrado. Le mostré mi mejor sonrisa para calmarla, aunque no creo que haya funcionado.
Mi padre, animado, con la ayuda de mi hermano, sacaba las cosas del auto: casa de campaña, comida, mantas y quién sabe cuántas cosas más. Por momentos sentí que me volvía invisible, sentada bajo un arbusto. Los gritos de mi hermano me hicieron levantarme de un tirón. Tuve que ir a ayudarlos. Suspiré profundamente. Otra vez a obedecer.
Demoramos dos horas más en montar la carpa y una parrilla para el asado. Mi tía comenzó con sus risas y burlas sobre mi sombrilla, mi bloqueador solar, mi sombrero, mi camisa de mangas largas y mi bufanda. No me molestaba que me llamaran vampira, pero sí detestaba sus burlas. Ahora que lo pienso, la vida está llena de ironías. Mi padre y mi hermano no se quedaban atrás, y el bullying familiar iba en crescendo. Yo, tan acostumbrada, los ignoraba mientras saboreaba la carne a medio hacer de la tía, que insistía en que iba a enfermarme por comerla cruda.
Después del asado venía la hora de cantar alrededor de la fogata. Nunca entendí la idea de encender una fogata. Luego del “Cumbayá” familiar, solté las amarras invisibles de papá y escapé al bosque. Había algo que amaba de la montaña: sus animales. Cazar me apasionaba, me sentía viva. Perseguirlos y darles muerte era una experiencia absolutamente deliciosa.
Disfrutaría más la caza si ellos participaran conmigo. Ellos no me conocen. El remordimiento desapareció de mí hace mucho tiempo. No siento culpa alguna.
Un movimiento en la maleza me sobresaltó. Una liebre se movía entre las ramas. Era mi día de suerte. Como un depredador hambriento, liberé mis instintos más primarios. Corrí hacia la presa y la detuve de un golpe. Su sangre fresca y tibia recorrió mi garganta tras la mordida fatal de mis colmillos de hierro. Una rama se quebró a mis espaldas. El sonido interrumpió mi comida. Ese olor no podía confundirlo: era mi hermano.
Me apresuré a limpiarme la sangre y esconder al animal entre las hojas. Regresé tranquila, con pasos sosegados. Mi hermano temblaba, mirando la hoguera encendida, como buscando en ella una vía de escape. Como si hubiera alguna forma. Me senté a su lado, fría y callada, con la serenidad que deja la caza. Mientras lo miraba, su imagen comenzó a disolverse hasta desaparecer. Mi padre, que sonreía nervioso frente a mí, se esfumó como el humo. Y la tía ya no estaba.
Volví al presente, saliendo de mis recuerdos. El viejo auto que nos llevó a ese lugar en medio de la nada aún estaba allí, totalmente calcinado. Hoy se cumplieron cinco años del último día de campo familiar. Por más que lo intento, no logro evitar volver a este lugar en cada aniversario. Aquella fue la tarde sangrienta en la que probé la sangre humana por primera vez. Nunca encontraron los cuerpos. Suelo esconder muy bien los rastros.
Aquí sentada, sintiendo el frescor de la puesta del sol, me pregunto si será una buena noche de caza.
Segunda corrección:
Prosa poética de terror: Día de campo
Escrito el 6/12/19 – Revisión Mayo 2025
La sangre es más espesa cuando no sabes si la suya aún corre.
Ella los vio sentados, tan iguales, tan dulces, tan intactos.
Y sin embargo, tan ajenos, lejanos …vulnerables.
Él abría el frasco de mermelada con torpeza.
Ella se acomodaba el sombrero de paja.
Ella los amaba. O quizás solo recordaba haberlos amado.
El tiempo era un animal torcido en su memoria.
El mantel a cuadros, las tazas de porcelana, los bizcochitos, las risas…
Todo encajaba, como un recuerdo en sepia, pegado con migas de pan.
Excepto ella.
Ella, parada al borde del campo. Sin hambre. O con otra clase de hambre.
La luz caía blanda sobre las flores. Había pétalos en la hierba.
Había algo más. Algo que no encajaba.
Y sin embargo, se sentó con ellos.
Él le preguntó si seguía soñando con aquel lago. Ella dijo que no.
Ella mintió.
Ella olía a tierra vieja. A raíces húmedas.
Ellos no parecían notarlo.
Las tazas se vaciaron. El sol descendía. Las sombras se alargaban.
Y entonces, solo entonces, se acordó de aquella otra tarde.
No toda. Solo fueron fragmentos.
Las manos temblorosas de su padre.
El sonido áspero de una silla cayendo.
El silencio espeso, con sabor a cobre.
Él dijo: “Te amo, hija.”
Ella sonrió.
Ella no recordaba haber comprendido esas palabras.
O tal vez sí.
Cuando se fue, el mantel estaba aún extendido.
Las tazas seguían ahí.
Pero ya no había risas.
Existe un límite entre un relato y un poema libre?
He llegado a la conclusión de que no existen límites reales entre un poema libre que cuenta una historia y un relato. Esa idea de que cada género debe cumplir con reglas estrictas y separadas es, en el fondo, una ilusión creada para poner todo en cajas ordenadas. Pero la vida y las historias que contamos no funcionan así.
Un poema libre puede narrar con la fuerza de un cuento, y un relato puede tener la densidad simbólica y la musicalidad de un poema libre. Al final, lo que importa es el impacto, lo que queda en el lector, la experiencia que logra despertar. La forma es solo una herramienta, y las herramientas deben adaptarse al propósito, no al revés.
Cuando una historia se cuenta con poesía, con imágenes que no se explican, con espacios para que el lector imagine, la narración se vuelve más viva y profunda. No es cuestión de ser estrictos con etiquetas o formatos; es cuestión de autenticidad, de encontrar la manera que mejor exprese lo que se quiere decir.
Por eso, la frontera entre poema libre con una historia y un relato es un terreno difuso, un espacio fértil donde la creatividad no conoce límites. En ese espacio, la literatura crece y se transforma, liberada de las ataduras que a veces nos imponemos sin necesidad.
Un ejemplo un poco diferente, pero a la vez igual.
Un ejemplo clásico que puedo poner sobre esto es: “Los motivos del lobo”, de Rubén Darío. Esta poesía es un ejemplo magnífico de cómo la línea entre poema libre y relato puede ser difusa, y cómo se puede contar una historia completa con fuerza narrativa y simbolismo, sin ceñirse a estructuras rígidas.
Rubén Darío fue un maestro en jugar con el ritmo, la atmósfera y la voz del narrador para crear textos que funcionan tanto como poemas como relatos. En ese poema, como en tu texto, el enfoque está en la sugestión, la atmósfera, el conflicto interno del personaje, y en dejar espacio para la interpretación del lector, en lugar de explicar todo con detalle. Eso es lo que hace que su obra sea tan rica y atemporal.
Si analizamos el poema "Los Motivos del Lobo" de Rubén Darío desde un punto de vista literario encaja en la categoría de poema lírico narrativo. Este es el nombre que le han puesto a los poemas libres llenos de metáforas y música que cuentan historias. En este punto siempre me cuestiono el afán de encajonar todo.
Si bien el principal objetivo de Darío en este poema no es contar una historia completa, (cosa que al final termina haciendo) el poema no se limita a narrar los hechos, sino que también explora las emociones y pensamientos de los personajes, como el asombro de Francisco ante la posibilidad de pacificar al lobo o la reflexión sobre la naturaleza salvaje del animal.
En este caso Darío utiliza un lenguaje rico en metáforas, imágenes sensoriales y musicalidad, características de la poesía lírica. Por eso está dentro de este género creado para dar explicación al fenómeno “poema libre que cuenta una historia”, use o no use metáforas y musicalidad.
Conclusión:
No es necesario atarse a estructuras rígidas para contar una buena historia. Al contrario, la libertad para jugar con las formas permite que la voz del autor se logre expresar con autenticidad y frescura. Así, el texto se vuelve vivo y único, capaz de despertar en cada lector una interpretación personal.
En definitiva, tanto el poema libre que nos cuenta historias como el relato son caminos distintos para llegar a lo mismo: compartir una experiencia humana, tocar una fibra sensible, dejar una huella. Y cuando esa línea se difumina, la literatura gana en riqueza y magia.
Muchas gracias por leer
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